domingo, 6 de febrero de 2011

El hombre sin cabeza

Tomado del libro "El hombre sin cabeza" de Sergio González Rodríguez

En estos tiempos la venganza ocupa, en lo real y lo simbólico, un lugar protagónico. El impulso negativo se transfigura en voluntad de venganza radical a la que se convierte en un acto estético. Afirma el carácter de quien castiga por encima o por debajo de la ley. Y ostenta la capacidad de consumar representaciones o teatralizaciones criminales en el cumplimiento de las finalidades de castigo. La materia de semejantes actos es común en el crimen organizado o en el terrorismo, es decir, en la oposición institucional. Un cariz estético que busca tender un velo sobre la violencia ilimitada a cualquier costo material o humano.

En la primavera del dos mil ocho, la policía descubrió una cabeza en Monterrey, provincia de Nuevo León, al norte de México. Era la de un criminal, Erick el Gato Alvarado, ejecutado por agraviar a los traficantes de droga del Cártel del Golfo. Un grupo armado lo secuestró, lo llenó de balas, lo descuartizó y puso su cabeza sobre un coche estacionado con dos avisos. "Esto es lo que les pasa a las personas que se hacen pasar por Z, estafadores, secuestradores y ratas", advertía uno de aquellos que estaba en el parabrisas. El otro mensaje culminaba en tono sarcástico: "Y la gente, denúncielos sin temor alguno. Esta cabeza es de la Gata. Atte.El Cártel del Golfo, División Nuevo León. P.D. A los empresarios, no sean chillones, no les va a pasar nada".

En esa fechas, y en Durango, al norte del país, se hallaron cuatro cabezas humanas dentro de sendas hieleras, con un mensaje: "Ya llegamos ..." El mismo día, en otra localidad cercana, los sicarios de traficantes de droga dejaron otras dos cabezas. Días después, se reportó el hallazgo de una cabeza que fue depositada en un recipiente con hielo seco en una carretera, y luego se localizó el cuerpo de una persona decapitada que tenía una cabeza de cerdo sobrepuesta.

Antonio Rodríguez Leyva, experto en el tema de las decapitaciones en la cultura occidental, afirma que, a lo largo de la historia, la humanidad transcurre poco a poco del culto a los cráneos y la caza de cabezas asociada a éste por la vía sacrificial, a la forma laica del suplicio. La decapitación ocupa, en el contexto de las guerras religiosas, un símbolo político, que invade la escena a través de los usos del cuerpo: "La cabeza deviene metáfora de la corona y del poder monárquico. El tema de la decapitación es empleado como una imagen recurrente de la transgresión, de la revuelta y del regicidio": En la época contemporárea, en la que reina el hiperrealismo violento, se tiende a privilegiar la representación frontal de las decapitaciones en un registro que incluye el humos negro y la escatología.

En la reciente oleada de decapitaciones filmadas, fotografíadas y ejecutadas, me sorprende ante todo la mezcla de lo arcaico del gesto y lo potsmoderno de su representación: el retorno de una simbología del cuerpo característica (entre otras) de la época de las Cruzadas (en el contexto del Medio Oriente), reactivando el imaginario que se asocia a ésta.  Los ojos del decapitado se hunden en la abyección. De allí acaso que muchos de los que han sufrido tal suplicio prefieran cerrarlos. Quisiera borrar con este gesto el abismo inconmesurable que los devora. Y evocar aunque sea por un instante, en el fosfeno final tras los párpados yertos, la espiga de luz que presenciaron en algún sueño ya perdido.

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